5 dic 2013

Capítulo 1.

Este es otro verano más añadido a la lista de veranos pasados en Cimmeria.

No me malinterpretéis, me encanta este sitio, es solo que no puedo evitar sentir cierta envidia cuando llega el verano y tengo que ver como mis amigos más cercanos se van a sus casa a pasar las vacaciones con sus familias, mientras que yo me tengo que quedar aquí. 

Había veranos en los que íbamos a una casa de playa que los padres de Sylvain le compraron cuando era jóven, pero eso dejó de pasar hace dos años. Se ve que perdieron las ganas de conducir 5 horas seguidas.



Cimmeria ha sido mi hogar siempre. He crecido corriendo por los jardines traseros, jugando al escondite por los largos pasillos con mi medio hermana, cazando mariposas en primavera y haciendo angeles de nieve en invierno. Una buena infancia, se podría decir.
Sólo hay un único detalle que hace que mi vida no haya sido como la de las otras chicas que conozco, y es que no sé quiénes son mis padres. 


Me abandonaron en las puertas del internado cuando yo era un bebé. O eso es lo que me contó Sylvain. Él es el director de Cimmeria. Políticamente, él es el que está a cargo de mí. Pero en realidad soy como una hija para todos los profesores y personas que trabajan aquí. Todos me ayudan cuando lo necesito, y me tratan como si fuese de la familia. Siempre ha sido así.

Tengo una habitación permanente para mí sola en el ala de las chicas. 
Al igual que Natalie. Ella si es hija de Sylvain y tienen mi misma edad.
Y no nos soportamos. Pero no fue siempre así. De pequeñas éramos uña y carne, dos en uno. Nunca nos verías a una de las dos solas, siempre íbamos acompañadas de la otra. En verano, nos bañábamos en el lago que hay cerca del internado, nos revolcábamos en barro como si fuésemos animales, hacíamos guerras de agua, trepábamos a los árboles más altos sin miedo... Eso sí, cuando una de las dos se hacía daño, la otra se quedaba a su lado cogiendole la mano y diciendole que no pasaba nada, que ella estaba ahí para ayudarla.

Todo es cambió en cuanto entramos en la etapa de la preadolescencia. Empezamos a distanciarnos más; le dijimos a Sylvain que queríamos un cuarto para cada una porque ya empezábamos a tener demasiados objetos personales, y queríamos tener nuestra privacidad más a salvo. Aceptó a regañadientes, porque sabía que tarde o temprano este momento llegaría. Pero lo que no se esperaba era que empezásemos a pelearnos por cualquier tontería, que dejásemos de hablarnos por horas, que nos riésemos a costa de la otra... Y mil asuntos más que resolver.


Yo intentaba con todas mis fuerzas no entrar en los juegos de Nat, pues Sylvain siempre había sido de lo más amable del mundo con migo. No quería que se enfadase conmigo después de todo lo que había hecho por mi y de cómo me había tratado. Me resultaba difícil pues la pesada de Nat siempre tenía cualquier excusa para picarme, y Dios sabe que no tengo paciencia para esas mierdas. Siempre salto en seguida.


En definitiva, mi vida, a pesar de ser huérfana y vivir en un internado eternamente, no era muy diferente a la de cualquier adolescente.

En el internado tenía mi grupo de amigos. Y estaba deseando que llegase el día de mañana para poder verlos a todos al fin. A Sophie, a Alec, a Maica y a los demás. Pero sobre todo, quería volver a la rutina. Normalmente la gente no quiere empezar las clases de nuevo, pero para mí, es lo contrario.
Cimmeria se ve muy aburrida y solitaria sin la masa continua de alumnos vagando por los pasillos. 
Una vez, Sylvain me contó que antes había alumnos que se quedaban en el internado en verano, pero que eso se prohibió cuando él estaba casi terminando sus estudios allí. No me dijo el por qué, pero me hubiese gustado que eso se retomase.

Miré el reloj. Y era la hora de comer. Me levanté suspirando de mi cama y dejé el móvil y los auriculares encima de mi mesita de noche.


Mi habitación era un poquito más grande que las demás, de color azul cielo y las estanterías estaban llenas de libros y el armario lleno de ropa.


Salí de mi cuarto y bajé las escaleras directa al comedor, en el que ahora solo habían algunos profesores y el personal que también vivía aquí.

Me dirigí a la mesa en la que estaban Sylvain, Monique y Natalie.

-Llegas tarde. –me acusó Nat mientras se miraba las uñas.

-Yo también me alegro de verte Nat -le dije con una sonrisa.

-Yo no. Tengo hambre y papá no iba a pedir la comida hasta que tú no aparecieses.

-Lo siento. –me resigné a contestar. No quería empezar una pelea allí en medio.

-Sabes que no pasa nada. –me tranquilizó Sylvain. Sus ojos siempre me veían con ternura. y a veces me ponía de los nervios porque era como si continuamente me mirase con pena. O a lo mejor eran imaginaciones mía.

-Voy a por la comida –Monique se levantó. 

Era la esposa de Sylvain. No tenía mucha relación con ella. Era simpática y eso, pero sinceramente, no entendía como Sylvain se casó con ella. Eran muy diferentes.


-Dime Crystal, ¿tienes ganas de empezar mañana de nuevo? -dijo Sylvain, empezando la conversación que sabía que no yo ni Nat íbamos a empezar.
Por nosotras como si comíamos en completo silencio.

-Demasiadas para ser normal.

-La verdad es que sí. Esto es muy aburrido cuando todos se van -intervino Natalie. Al menos estábamos de acuerdo en algo.

-Podríais esforzaros y entreteneros las dos en verano. –dijo Monique, que había aparecido con una olla y había empezado a servir.

Hice una mueca, y por la carcajada que Sylvain soltó, Natalie había hecho lo mismo.
Ahí había un ejemplo del carácter de Monique: ella no tenía ningún tacto para las cosas delicadas.

-Cariño, será mejor que no las presiones en ese tema.

-Sólo proponía.

-En fin, al menos mañana se habrá acabado toda la tortura. –comenté. Me llevé una cucharada de sopa a la boca.

-Si, la vuestra. La nuestra comenzará desgraciadamente -dijo Sylvain suspirando.


-Yo estoy ansiosa por ver a Ethan. –soltó Natalie de repente. Todos nos giramos a mirarla.- ¿Qué? Jade me ha dicho que este verano ha estado en su club deportivo todos los días entrenando en la piscina y en la cancha de baloncesto. A saber como estará ahora.

Casi me muero atragantada con la sopa. Sylvain tuvo que darme palmaditas en la espalda.

-Tú no te cortes hablando de esas cosas con nosotros delante –Monique soltó una risita. 

No sabía si se lo estaba diciendo irónicamente o de verdad, pero por mi salud mental esperaba que fuese lo primero.


-Yo preferiría que no lo hiciese. –murmuré.- Estamos comiendo. Es asqueroso.

Ella se limitó a sacar la lengua.

-No es mi problema si eres un bicho raro al que no le gustan las cosas evidentes.

-¿Evidentes? –la miré divertida.

-Sí, evidentes -respondió con fastidio, como si le estuviese hablando a alguien con retraso.- Está claro que Ethan es el chico más guapo y sexy de esta escuela. Nadie lo niega. Y sin embargo, ambos os odiáis mutuamente. Es decir, entiendo que él te odie a ti, pero ¿tú a él?

La miré sorprendida.


-Bueno no sé, a lo mejor el hecho de que se esté metiendose todo el maldito tiempo conmigo ayuda a que lo odie. -espeté.


-Al menos tienes su atención.


Me faltó quedarme con la boca abierta como el los dibujos animados.


-¿Me lo estas diciendo en serio? ¿Tan superficial eres Nat? Porque yo estaría encantada de que se olvidase de mí.


-Lo que yo decía, bicho raro. -murmuró.


Iba a contestar pero Sylvain cortó antes de que continuara.


-¿Alguien quiere más ensalada? 

-Yo quiero –lo ayudó su mujer.

-¿Niñas?

Ambas negamos.


-Yo ya he terminado. –los miré interrogantes. 

Ellos asintieron y yo me levanté. Vacié mi plato en el cubo de basura y dejé la cubertería sucia en unas bandejas que había al final del mostrados principal. Notaba como la mirada de Nat estaba clavada en mí pero no me importó.

Antes de salir cogí una manzana del frutero y le pegué un bocado mientras cruzaba las puertas del comedor.

Más me valía descansar esa noche, porque mañana me esperaba un día largo.

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