¿Qué mierda hacía yo despierta a las 6 de la mañana? ¿Se
estaba acabando el mundo o algo?
No, Crys, el problema
es que eres una bocazas.
Cierto. Culpa de August Zelazny.
Ya estaba de mal humor. Encima sin desayunar. Lo que me
ponía de más mal humor aún. Pobre el que intente provocarme un poco siquiera.
Mi despertador ya se había llevado su ración de golpes tras haberme dado un
susto de muerte. Normalmente me despertaba con los pasos de las chicas que
estaban por el pasillo, aunque no me levantaba hasta que el despertador sonaba.
Esa era la regla número 1 de Crystal Cassel.
Debería proponerle a Sylvain un nuevo programa de castigos,
uno que no haga a la gente levantarse cuando aún no son personas. Todos seríamos
más felices. ¿El problema? Nunca lo aceptaría. Lo que está hecho, hecho se
queda. Además de que diría que me mantuviese a raya y dejara de meterme el
problemas por mi parte.
Tiene razón, pero está en mí el no callarme las cosas y ser
algo impulsiva.
Está bien… Bastante impulsiva.
Empujé la puerta trasera del internado como pude ya que no
tenía fuerzas para nada. Afuera ya
estaban algunos alumnos con tijeras y rastrillos.
Vaya, al menos no era la única que se había llevado un
castigo el primer día.
Típico de los profesores de Cimmeria. Y típico de los
alumnos.
Me dirigí a la profesora Harries, que era la que estaba
encargada ese día, para que me dijera que es lo que me tocaba hacer.
Mala idea. No estaba de buen humor. Y la entendía, tenía que
ser un verdadero coñazo tener que estar desde bien temprano levanta aguantando
las gilipolleces de los adolescentes, ni más mi menos, el segundo día de clase.
De mala manera me dio las instrucciones y me alejé de ella
lo más rápido posible antes de que se me escapase alguna tontería y tuviese que
volver allí al día siguiente.
Fui a la caseta de las herramientas a coger unos guantes
para ponerme a quitar las pequeñas mala hierbas. De verdad que le tenía que
decir a Sylvain que había que limpiarla, este sitio apestaba.
Por lo menos me habían mandado al jardín, era precioso.
Estaba todo lleno de flores de diversos tamaños y colores. Mis favoritas desde
siempre fueron las rosas. Pero no las de color rojo, si no las blancas. Siempre
pensé en ella como las mentirosas guerreras del jardín. Siempre tan hermosas y
grandiosas por fuera, siempre instándote a que te acercases y tocases una. Pero
siempre acabando de alguna manera haciéndote daño con sus espinas.
Antes de ponerme con el lío, saqué con cuidado de mi
bolsillo los cascos y el iPod. Se suponía que todas estas maquinitas
electrónicas solo estaban permitidas en los ratos libres, pero siempre que me
castigaban yo lograba pasar sin que nadie se diese cuenta. Ventajas de saber de
antemano lo aburrido que puede llegar a ser.
Le dí al play y a
través de mi oídos me empezaron a llegar las primeras notas de It’s Time.
Me arrodillé al frente de un pequeño arbusto que no sabía
muy bien de qué se trataba y empecé a arrancar enérgicamente las pequeñas
hierbas que salían de sus lados y no servían para nada.
A través de las ramas pude distinguir a Harries echarle la
bronca a Ethan por llegar tarde. Lucía despeinado, y le daba igual lo que la
profesora le estuviese diciendo. Se notaba desde aquí que pasaba de su cara.
Ésta lo mandó hacia donde yo me encontraba, y Ethan le hizo caso a
regañadientes.
Yo seguí con mí tarea, aparentemente demasiada interesada en
ella.
No escuché que había llegado a mi lado por tener la música a
un volumen aceptable, pero sabía que estaba detrás de mí, a unos metros. Por
suerte, mantuvo su boca cerrada. O al menos eso esperaba. No oía una mierda más
allá de los cascos. De vez en cuando notaba como si me estuviera mirando fijamente,
pero probablemente me estaba volviendo paranoica.
Cuando hube acabado con el arbusto, me levanté y me fui en
busca de otro. Me di cuenta que Ethan estaba rastrillando mal, con los dientes
del rastrillo del revés. Contuve una risita mientras me quitaba los auriculares
y apagaba la música.
-Lo estás haciendo mal –le dije tranquilamente. El sonido
que hacía no era ni medianamente agradable.
Sus ojos azules se clavaron en mi con fastidio.
-¿A si? ¿Y desde cuando eres tú una experta en jardinería?
Me hice la pensativa.
-Mmm, no sé, ¿tal vez desde que vivo aquí? –le espeté.–
Además, no hace falta ser un genio para darse cuenta de eso.
Me miró entrecerrando los ojos.
-¿Es la primera vez que te mandan aquí? –pregunté curiosa.
¿Por qué estaba entablando conversación con él?
-Si, bueno, a diferencia de ti, a mi no me suelen castigar.
–siguió rastrillando del revés.
-Por dios, ¿quieres darle la vuelta al maldito rastrillo?
–arrugué la nariz- El ruido que hace es peor que el que hace habitualmente. Y
mira que ya es malo.
-¿Qué ruido? ¿Este? –volvió a pasar el rastrillo por el
suelo mientras se formaba una sonrisa en su rostro al verme molesta.
Yo apreté la mandíbula sin contestarle. Lo que dio lugar a
que lo repitiese como otras 10 veces más.
-Ahg, no tienes remedio. –sacudí las manos rendida.
Me di la vuelta con la propuesta de buscar un lugar más
tranquilo donde hacer tiempo sin que este descerebrado me molestara.
-Eh, Crys –me llamó en el último momento.
¿Si? Pues no iba a girarme.
Seguí caminando, mirando por todos los lados por un hueco
libre que tuviese matas. Rodeé una plazoleta, pero entonces Ethan me cogió de
la muñeca y me giró.
-¿Qué quieres? –respondí enfadada- ¿Me vas a perseguir por
todo el jardín para que sufra escuchando el asqueroso sonido del rastrillo? –me
zafé de su agarre.
Me crucé de brazos, alzando una ceja.
-En realidad, te iba a decir que te sienta bien el nuevo look que llevas.
Lo miré más confundida que un pez fuera del agua.
-Ya sabes, el de las hojas en el pelo –se burló.
Bajé la vista para verme la parte del pelo que lograba
vislumbrar, y efectivamente estaba cubierta de hojas. Se me debieron de caer
mientras estaba arrancando las malas hierbas. Como ya dije, antes de las 10 de
la mañana como mínimo no soy persona.
Empecé a quitármelas del pelo de aquella manera, ya que me
importaba bien poco como me veía en ese momento. Total, me volvería a ensuciar
seguramente.
-Haber, déjame.
Ethan dio un paso y se acercó a mi.
-¿Qué vas a hacer? –pregunté desconfiada, dispuesta a
retroceder en cualquier momento.
-Sigues teniendo hojas por encima. –me respondió.
Alargó su mano, en dirección a mi largo pelo negro.
Me sorprendí cuando no me moví ni un centímetro. Y más aún,
cuando me di cuenta de que estaba conteniendo la respiración.
Notaba como estaba desenredando las hojas de mi pelo con
cuidado. Espera, ¿con cuidado? ¿Desde cuando Ethan Bennet me trataba con cuidado?
Lo único que yo podía hacer era mirarlo a los ojos en busca
de algún signo de broma o malevolencia. Nada. Solo…Concentración.
Lo observé detenidamente. El pelo cobrizo de caía por la
frente, pero a él no parecía molestarle, y sus fuertes brazos se contraían cada
vez que tiraba al suelo un pedacito de hoja. Estaba lo suficientemente cerca
como para poder oler la colonia que se había echado esa mañana. ¿Cómo podía
haberse acordado de echarse colonia a las 6 de la mañana? Bastante es que yo me
hubiese acordado de lavarme los dientes y echarme desodorante.
-Ya está –anunció, echándose hacia atrás con mucha rapidez.
Yo aún estaba esperando que de mi pelo saliese fuego o algo.
Pero no. Me pasé la mano por el pelo y lo encontré perfectamente.
-Vaya, mmm, gracias. –le dije torpemente.
Ni en un millón de años me hubiese imaginado dándole las
gracias a Ethan por algo.
Él simplemente se encogió de hombros.
-La próxima vez intenta no meter la cabeza en la tierra y
evitarás todo esto –me contestó empezando a darse la vuelta, llevándose el
rastrillo con él; como no, arrastrándolo por el suelo.
Y aquí estaba de vuelta el Ethan idiota que conocía y odiaba.
-Tomaré tu consejo de estilista –le grité fríamente.
Adiós al momento de tranquilidad que había presenciado
segundos antes.
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